junio 11, 2012

'Esa mañana no había marcas de pintalabios en ella porque no había pintalabios hasta que se los pintaba para... ¿quién? Nunca me había hecho esa pregunta. ¿Mi padre? ¿Quién?
(...)Observaba a mi madre, cuya mirada se prolongaba hasta el infinito. En ese momento no era mi madre, sino algo diferenciado de mí. Miré a esa persona a la que nunca había visto como nada más que mi madre, y vi la piel suave y como empolvada de su cara: empolvada sin maquillaje, suave sin ayuda de cosméticos. Juntos, sus cejas y ojos componían un cuadro.
«Ojos de Océano», la llamaba mi padre cuando quería una de sus cerezas cubiertas de chocolate que ella tenía escondidas en el mueble bar como su capricho privado. Y de pronto entendí el nombre. Había creído que se debía a que eran azules, pero ahora me di cuenta de que eran insondables de una manera que me asustaba.'
Libro: Desde mi cielo, Alice Sebold.

Un día Buckley, que ya está en segundo, volvió del colegio con una redacción que había escrito: «Érase una vez un niño llamado Billy al que le gustaba explorar. Vio un hoyo y se metió en él, pero nunca salió. Fin».

junio 09, 2012

"A la mañana siguiente me levanté con su perfume en mi piel. Me pasé el día obsesionada, olisqueándome la piel con curiosidad canina, intentado mantenerlo vivo, captarlo para siempre en el olfato, enterrarlo en la pituitaria, porque sabía que al cabo de un rato su olor abandonaría mi piel y después sería imposible recordarlo de manera exacta. Sabría que olía a cedro y a naranjo, y eso sería todo, ya no sentiría aquel cosquilleo familiar en la nariz. De ese modo, a pesar de sentirme agotada aquella mañana, me conservaba de un excelente humor. El humor que se me pegó de su piel junto con su perfume (...). No sabía cuánto duraría, cuánto tardaría en evaporarse, cómo lo recordaría al cabo de una semana, pero en aquel momento la sensación era tan viva que sólo con cerrar los ojos volvía a ver a Ralph, como una fotografía."
Libro: Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarria.